La vía zen del suicidio.

                          
TP                                                       
Harakiri
  Autor: Shintaro Kago
                                                                
Estaba leyendo la reciente novela de Haruki Murakami, Tokio Blues, cuando me asaltó un pensamiento que he de confesar vengo rumiando desde hace tiempo. Por ahí de la página 34 el autor hace una tremenda revelación, digo tremenda porque en unas pocas líneas retrata a la perfección uno de los fenómenos sociales mas complejos de la sociedad oriental contemporanea: el suicidio.

Y es que para el resto del mundo hablar del suicidio es cosa seria, tanto que nada más pronunciada la palabra ya me estoy imaginando un montón de señoras santiguándose… en fin creo que el problema que encierra el suicidio no es el acto mismo, sino la precaria comprensión que hacemos de este y la mala fama que la historia le ha forjado, pero ahora que leo a Murakami creo confirmar mis sospechas sobre la visión del suicidio para los asiáticos.

 Uno normalmente piensa que son el sufrimiento, depresión, tristeza, preocupación, ansiedad o ira lo que nos pone en el camino del suicidio, pero qué pasa si la razón no es otra cosa que un profundo y honesto desinterés por vivir, es decir, me quito la vida porque esto (la vida) ya se puso muy aburrido y que más da si dejo de existir, ni que fuera tan importante estar aquí...  y ¡¡¡pum, paz, cuach!!! según sea el arma, sustancia u objeto con el que nos ayudemos a bien morir.

En lo personal creo que el suicidio no es otra cosa que una manera más, quizá una muy radical, de hacer efectiva nuestra capacidad de obrar según nuestra propia voluntad. Me atrevo a decir que es una vía completamente zen de asimilar la existencia porque de un sólo acto eliminas, odio, sufrimiento, ego y apego. Díganme, ¿apoco no es una extraordinaria demostración de desapego?


El suicidio de Atzesivano, discípulo de Buda.

 Ánguelos Sikelianós (1884-1951)

Sin flanquear tomó el cuchillo
Atzesivano. Y era su alma
en ese instante blanquísima paloma.
Como cruza una estrella fugáz el inexplorado
tabernáculo del cielo en medio de la noche,
o cae la flor del manzano con la suave brisa,
así su espíritu se desprendió del pecho.

Muertes como esta no se dan en vano.
Sólo quienes aman la vida
en lo recóndito de su valor primario
pueden segar por propia mano
la noble espiga de una existencia
-que ya declina- con la serena 
majestad de un dios.

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