Mal karma
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Xavi Muñoz |
El
otro día te encontré merodeando en mi memoria; entre recetas para un mundo
feliz, sexo tántrico y la macarena, tu voz de tierra mojada susurraba un poema,
o mejor dicho una canción. Decías luces de bengala, olvido de arena, vapor de
café. Lentamente te escabulliste. Pisabas ahí donde mis chistes malos, allá
donde la literatura es un rompecabezas y más lejos todavía, donde inicia el
abismo de las incomprensiones, los sueños despiertos y las caricias que nunca han
de llegar.
Traté
de indagar sobre tu destino en el mío,
pero nada de lo que cantabas tenía mi nombre. Supe entonces que eras el rostro de
algún karma extraviado y decidí esperar hasta que me dejaras la multa en el
parabrisas. Así corroboré que yo no era ninguna elección tuya, que jamás había
sido el objeto de tu mirada y mucho menos el de tus pensamientos, entendí que
si estabas aquí era para recordarme lo ingenua que puedo ser y lo rencoroso que
puede volverse el destino.
Al
fin una mañana te vi salir de mis recuerdos, habías escudriñado toda mi esencia
y además te encargaste de dejar en ella todo tu rastro; por la rapidez y
facilidad con que lo hiciste me pareció que ya tenías alguna experiencia y
aquello no hizo más que ruborizarme moralmente. Lo peor ya había pasado,
supuse. Ahora era cuestión de esperar el castigo, el dolor y los espasmos que
anteceden a los amores no correspondidos.
Dicen
que el dolor amansa y enseña, incluso que es la antesala de la felicidad. A mi
me da lo mismo porque justo ahora que me dueles tan hondo siento como todos tus
vestigios descansan sobre mi sin clemencia alguna. Y confieso que me gusta. Tus labios pequeños y delgados, tu piel lechosa,
tus ojos asustados, tus uñas mordisqueadas. Tus poemas en el aire y hasta tu
suéter negro. Toda tu me acompañas ahora.
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