Por la calle

- De vez en cuando camino descalza sobre tu espalda y encuentro moronas de una historia interminable que anda tras de ti.

Voy de regreso. Prefiero caminar debajo de la acera, los motivos son varios: son estrechas y los perros las cagan con gusto todo el tiempo. Me cuesta trabajo cruzar las avenidas, sobre todo esta, en la que puedo ver los dos semáforos al mismo tiempo; lógicamente uno siempre estará en verde y otro en ámbar o rojo, pero el sólo hecho de ver los dos colores parpadeando al mismo tiempo me hace dudar si debo continuar caminando o parar. A veces simplemente cruzo la calle y es la hora en que no entiendo como sigo viva. Da igual, yo sólo continuo caminando.

Varios carros estacionados, mal estacionados, parecen piezas de domino mal acomodadas; son autos viejos amolados por los años, el óxido que les corroe la pintura apenas ver su color original. Ahí esta otro, a ese parece que lo están arreglando, le untan una pasta grisácea, al pasar pude olerla y no me pareció desagradable, creo que si la probara sabría algo salada. No sé porque los mecánicos viven cómo mecánicos; es decir, la grasa y aceites de los motores que arreglan es parte de su personalidad después de un tiempo. Estoy segura que así como la señora que vende pollo empieza a transpirar olor a pollo después de un rato, los mecánicos transpiran entre petróleo y thiner.

Esta calle es muy ruidosa; acabo de dejar atrás una tapicería y siento como si la trajera sobre mi cabeza, puedo escuchar el ruido que hace la maquinita hidráulica que aplica grapas, remaches, clavos y no sé que más. Me pregunto si estas gentes compran los productos que se venden por la tv y hacen maravillas en la madera. Es casi seguro que no, aquí todos siguen trabajando con métodos antiguos, apenas hace rato Carlos y yo nos percatábamos que a dos casas de la nuestra, un par de albañiles llevan casi seis meses tratando de tumbar parte de una casa; creemos que no avanzan porque lo hacen con cincel y para colmo creo que lo hacen así para rescatar los ladrillos. Estas personas deben de apreciar realmente el color naranja quemado de los ladrillos, lo cual me recuerda la casa de mi abuela, casi toda con ladrillos rojos que hace ya mucho tiempo mando a barnizar. Mi papá decía que se veían chipocludos, a mi me pareció que brillaban demasiado.

A veces cuando camino lento, como ahorita, me percato del equilibrio que supone desplazarse de un lado a otro, por un pequeño momento logramos estar erguidos sobre un solo pie y ni si quiera lo notamos, estamos muy ocupados moviendo el otro y coordinando brazos y cabeza para no parecer borrachos. Creo que es un gran lío caminar, si lo haces rápido es distinto, te ocupas de lo que viene, de lo que se aproxima, de medir distancias, de pensar en lo que harás cuando llegues, etc. Caminar lento es algo que siempre me gustó aunque mi papá me anduviera apurando y mi tía corrigiendo la posición de mis pies, ah! Porque ese es otro detalle importante, no basta con caminar, sea lento o rápido, sino además hay que hacerlo de manera agradable para los demás, sobre todo cuando se es mujer. La regla era algo así: derechita, pasos cortos, sin aspavientos y sobre todo con los pies bien rectos. Esta última regla me dio varios dolores de cabeza y pies. Nací con las rodillas algo chuecas, un poco metidas, de tal modo que si me paro como la regla lo estipula me veo algo anormal y si me paro como puedo parezco pingüino. Sin embargo, ese pequeño detalle no ha evitado que me ponga faldas pequeñas o shorts. A veces trato de imaginarme como me veo caminando desde distintas aristas y cuando me veo por detrás suelto una carcajada, soy una especie de pingüino con culo.

Hemos llegado. El camino siempre se me hace más largo de regreso que de ida, ha de ser porque regreso sola. Esta maldita puerta siempre se quiere cerrar antes de que yo pueda entrar, se que es cosa del viento, pero este fierro debería ser más considerado, un día de estos me va aplastar un dedo y entonces si la voy a reducir a un par de cadenas.