Bajo la mesa
Te busqué en la mañana,
a medio día
y por la tarde.
Te busque en el cuarto de lavado,
en el comedor
y en el baño.
Fue hasta la noche,
mientras trataba de dormir,
que llegaste.
Estabas en el dedo medio
de mi mano derecha.
Acurrucada en mi clítoris,
arropada por mis labios mojados
Te dejé pasar,
no tuve alternativa.
Te aprisioné entre mis muslos,
nos quedamos sin aire.
Subimos a esa nube rosa.
Y ahí
y sólo ahí olvidaste quien era yo
Y hasta yo me olvide de mi.
Cobijadas por el destierro que bajo la mesa suelen padecer los miembros de la cintura para abajo, zapatos, suelas, gomas de mascar pegadas, mascotas ambientas y migajas de comida, están nuestras manos.
Dedos en busca del calor y consuelo que allá arriba, en la espesura de una platica que se vuelve cada vez más incomprensible, no pueden encontrar.
Nuestros ojos se ofrecen como una promesa.
Te miro por sobre los lentes como quien esconde un sobre repleto de dinero.
Sonrío y espero que codifiques mi señal. Mientras observo tus ojos enormes que parecen tener vida propia al pestañear; pienso en cómo le haces para encontrar las palabras perfectas y decir casi con total claridad lo que cuentas ahora mismo frente al periodista ebrio. Intuyo que esta noche ha salido la mujer de la que tanto me hablas. Esa que habita tu cuerpo y deambula fuera de ti sin control.
Creo que no está tan mal.
Desatiendes la discusión en la que desde hace rato y sin saber como, te metiste. Y pese a que dominas bien el tema y no bajas la guardia en cuanto a metáforas y frases de escritores, puedes sentir mis ojos llamándote.
Ríes.
Busco tus muslos, busco tu rodilla y tu cadera. Busco tus senos y tu cuello. Los encuentro próximos y tentadores en la silla de a lado.
La plática es tan variada que podemos movernos un poco con el pretexto de escuchar mejor al compañero. Resbalamos y cedemos unos centímetros mas, lo justo para rozar nuestra piel.
Siento tu calor.
Algo de ti es ahora mío.
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