Rechazo
Nunca leí El amor en los tiempos del cólera, pero conozco personas que cuando están absortas en un amor imposible recurren a esta lectura con la intención de lavar con agua tibia sus heridas. Yo no lo sé de cierto, pero supongo que algún remedio reparador tienen esos libros de García Márquez.
Ahora leo poemas de Francisco Hernández, el si conoce el sabor de la fruta prohibida. Lo leo con la esperanza de encontrar en sus líneas alguna que me haga respirar profundo y regresar a mi. No hace falta decir que pensar en ti me ha convertido en una enamorada irremediablemente infeliz.
Desde la última vez que nos vimos no he dejado de leer una y otra y otra vez todos tus mensajes. A veces pienso que eres como Gretel, dejas moronitas aquí y allá como diciendo ven, sígueme y verás... Al cabo de unos días me doy cuenta del gran circulo que llevo caminando y entonces los ojos se me hacen agua, mi corazón se encoje y la búsqueda de la verdad se torna tormentosa.
Pero aquí me tienes recogiendo tus moronas. Primero en el chat, muy temprano me conecto y ahí estás tú flotando entre todos mis contactos tentándome a emitir un precoz Hola! Pero la poca dignidad que me queda me indica que aguante hasta que tu me des alguna señal. Así lo hago y a veces no tardas mucho en escribir el esperado Hola! O pones una carita sonriente que a estas alturas es como un hola disimulado. Dicho lo cual te contesto disimulando con unos minutos de espera mi emoción. Hablamos de tus relatos, mi fin de semana, tu familia, mis hermanos, tu trabajo, mis pinturas, alguna película y entonces quedamos en verla juntas. Buscamos coincidir en tiempo y espació.
Pero después vienen los mensajes al celular, algún emoji chistoso o un ¿Qué tal tu día? Y de a poco vamos tejiendo páginas completas de Sí, no, jajaja, en una hora, dos horas, en la tarde, mañana, en ¿dónde estas? ¿Nos vemos?...
De pronto nos encontramos en tu recámara. Me enseñas algunos textos tuyos y haces que te hable de mi vida, detalles de mis ex parejas, de mi relación actual, de mi universidad y de mi familia. Me preguntas si he estado con otras mujeres y te respondo la verdad. Todo este tiempo no he sido más que sincera pero tu no me crees.
No pasa mucho para que nos acerquemos. Llevas un pantalón de mezclilla rallado, ya está pasado de moda, seguro lo sabes, pero aun así lo vistes con orgullo. Estamos cerca, pero no lo suficiente como para respirarnos. Ninguna de las dos se atreve. Hacemos gestos, tu haces bizcos. No es la primera vez. Sospecho que es un tic.
Son casi las ocho y ni siquiera me has abrazado. Yo esperaba alguna muestra de eso que sentimos, o mejor dicho, siento. Pero nada de eso, hablamos, reímos, voy al baño, regreso y volvemos a platicar. Pero a las ocho debo regresar a mi vida normal.
Al diez para las ocho te digo que ya es hora y las dos nos levantamos de tu cama con un poco de preocupación. Me acerco por mis cosas que se encontraban a tu lado y te pido que me regreses mi usb con música que me has pasado. Me acerco mas a ti. Nos miramos. Haces esa sonrisa de lado que tanto muestras en el facebook. Es como si dijeras “nimodo” con un solo movimiento. No objeto. Nos acercamos para despedirnos. Nuestras cabezas bailotean hasta que nuestras mejillas y nariz se rozan. ¿Por qué no me puedes besar tú? Siempre soy yo la que debe iniciar todo, añado molesta. No dices nada. Te tomo por las caderas y rozo mis labios con los tuyos pero no te beso, sabes que trato de seducirte y me dejas hacerlo. Te doy mi aliento, te beso a un lado y al otro hasta encontrarme con tus labios.
Tu boca es pequeña, ya te lo había dicho ¿no? Tus labios son delgados y tus besos pequeñitos, tanto que caben muchos en mi boca. Te pregunto por el lunar que tienes bajo la barbilla y te pido comprobar que es real. Recorro tu cuello con la punta de mi lengua y resbalo por ese lunar café. Me encanta tu cuello. Pero luego te haces la difícil. Dices que no puedes, que está mal, que ya es tarde y debemos salir de ahí. En el fondo sé que no es lo que quieres, pero guardo el temor de que algo de mi te disguste y de sólo pensarlo me desinflo.
Te llevo a la pared. Nos besamos de nuevo y esta vez me tomas del cabello. Tus manos son suaves en mi cabeza, las siento divertidas y malvadas. Me excitas tanto que me pregunto por que dios no te dio esa divina herramienta que les regaló a los hombres. Acerco mi cadera a la tuya. Puedo sentir el sierre de tu pantalón, tu vientre acojinado y cálido, tus senos apretados por una absurda faja. Lo sé, tienes un complejo que te ha hecho adelgazar y volverte fría y gris. Lo sé y tu no sabes que lo sé. Me jalas el cabello, Succionas y muerdes mi labio inferior. Lo haces con tanta ternura y voracidad; y todavía preguntas si me gusta.
Ya es hora, debemos irnos, dices. Me tomas de la mano y jalas hacia la puerta. Te miro y suplico un beso de buenas noches. Dices no, pero correspondes mi petición. Salimos de tu cuarto ligeramente acaloradas.
Afuera hace un frío de la chingada. Me tapo con mi chal y te convido parte de el. Te vuelves indiferente. No me tomas de la mano hasta llegar al semáforo. Ahí esperamos unos minutos pero no pasa taxi alguno. Esperamos y mientras pienso que quizá sea el pretexto para estar mas tiempo conmigo, pero a quien engaño, es sólo parte del show, de tu teatro. Cruzamos y enseguida pasa un taxi. Abres la puerta y al despedirnos trato de acercarme a tu boca. Me rechazas una vez mas.
Ahora leo poemas de Francisco Hernández, el si conoce el sabor de la fruta prohibida. Lo leo con la esperanza de encontrar en sus líneas alguna que me haga respirar profundo y regresar a mi. No hace falta decir que pensar en ti me ha convertido en una enamorada irremediablemente infeliz.
Desde la última vez que nos vimos no he dejado de leer una y otra y otra vez todos tus mensajes. A veces pienso que eres como Gretel, dejas moronitas aquí y allá como diciendo ven, sígueme y verás... Al cabo de unos días me doy cuenta del gran circulo que llevo caminando y entonces los ojos se me hacen agua, mi corazón se encoje y la búsqueda de la verdad se torna tormentosa.
Pero aquí me tienes recogiendo tus moronas. Primero en el chat, muy temprano me conecto y ahí estás tú flotando entre todos mis contactos tentándome a emitir un precoz Hola! Pero la poca dignidad que me queda me indica que aguante hasta que tu me des alguna señal. Así lo hago y a veces no tardas mucho en escribir el esperado Hola! O pones una carita sonriente que a estas alturas es como un hola disimulado. Dicho lo cual te contesto disimulando con unos minutos de espera mi emoción. Hablamos de tus relatos, mi fin de semana, tu familia, mis hermanos, tu trabajo, mis pinturas, alguna película y entonces quedamos en verla juntas. Buscamos coincidir en tiempo y espació.
Pero después vienen los mensajes al celular, algún emoji chistoso o un ¿Qué tal tu día? Y de a poco vamos tejiendo páginas completas de Sí, no, jajaja, en una hora, dos horas, en la tarde, mañana, en ¿dónde estas? ¿Nos vemos?...
De pronto nos encontramos en tu recámara. Me enseñas algunos textos tuyos y haces que te hable de mi vida, detalles de mis ex parejas, de mi relación actual, de mi universidad y de mi familia. Me preguntas si he estado con otras mujeres y te respondo la verdad. Todo este tiempo no he sido más que sincera pero tu no me crees.
No pasa mucho para que nos acerquemos. Llevas un pantalón de mezclilla rallado, ya está pasado de moda, seguro lo sabes, pero aun así lo vistes con orgullo. Estamos cerca, pero no lo suficiente como para respirarnos. Ninguna de las dos se atreve. Hacemos gestos, tu haces bizcos. No es la primera vez. Sospecho que es un tic.
Son casi las ocho y ni siquiera me has abrazado. Yo esperaba alguna muestra de eso que sentimos, o mejor dicho, siento. Pero nada de eso, hablamos, reímos, voy al baño, regreso y volvemos a platicar. Pero a las ocho debo regresar a mi vida normal.
Al diez para las ocho te digo que ya es hora y las dos nos levantamos de tu cama con un poco de preocupación. Me acerco por mis cosas que se encontraban a tu lado y te pido que me regreses mi usb con música que me has pasado. Me acerco mas a ti. Nos miramos. Haces esa sonrisa de lado que tanto muestras en el facebook. Es como si dijeras “nimodo” con un solo movimiento. No objeto. Nos acercamos para despedirnos. Nuestras cabezas bailotean hasta que nuestras mejillas y nariz se rozan. ¿Por qué no me puedes besar tú? Siempre soy yo la que debe iniciar todo, añado molesta. No dices nada. Te tomo por las caderas y rozo mis labios con los tuyos pero no te beso, sabes que trato de seducirte y me dejas hacerlo. Te doy mi aliento, te beso a un lado y al otro hasta encontrarme con tus labios.
Tu boca es pequeña, ya te lo había dicho ¿no? Tus labios son delgados y tus besos pequeñitos, tanto que caben muchos en mi boca. Te pregunto por el lunar que tienes bajo la barbilla y te pido comprobar que es real. Recorro tu cuello con la punta de mi lengua y resbalo por ese lunar café. Me encanta tu cuello. Pero luego te haces la difícil. Dices que no puedes, que está mal, que ya es tarde y debemos salir de ahí. En el fondo sé que no es lo que quieres, pero guardo el temor de que algo de mi te disguste y de sólo pensarlo me desinflo.
Te llevo a la pared. Nos besamos de nuevo y esta vez me tomas del cabello. Tus manos son suaves en mi cabeza, las siento divertidas y malvadas. Me excitas tanto que me pregunto por que dios no te dio esa divina herramienta que les regaló a los hombres. Acerco mi cadera a la tuya. Puedo sentir el sierre de tu pantalón, tu vientre acojinado y cálido, tus senos apretados por una absurda faja. Lo sé, tienes un complejo que te ha hecho adelgazar y volverte fría y gris. Lo sé y tu no sabes que lo sé. Me jalas el cabello, Succionas y muerdes mi labio inferior. Lo haces con tanta ternura y voracidad; y todavía preguntas si me gusta.
Ya es hora, debemos irnos, dices. Me tomas de la mano y jalas hacia la puerta. Te miro y suplico un beso de buenas noches. Dices no, pero correspondes mi petición. Salimos de tu cuarto ligeramente acaloradas.
Afuera hace un frío de la chingada. Me tapo con mi chal y te convido parte de el. Te vuelves indiferente. No me tomas de la mano hasta llegar al semáforo. Ahí esperamos unos minutos pero no pasa taxi alguno. Esperamos y mientras pienso que quizá sea el pretexto para estar mas tiempo conmigo, pero a quien engaño, es sólo parte del show, de tu teatro. Cruzamos y enseguida pasa un taxi. Abres la puerta y al despedirnos trato de acercarme a tu boca. Me rechazas una vez mas.
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