Historia interminable
---Escrito en el 2014. De mis apuntes 2.0
Me gusta leer, aunque aun no considero el habito de la lectura como uno de mis vicios; leo cuando me place, en la cama por las mañanas domingueras, en la hamaca después de comer o cuando Vania va al ballet, en la sala muy pocas veces, y en el baño. Últimamente he estado leyendo más en el baño que en ningún otro lugar. Tengo que decir que el baño de abajo me gusta mucho. Me siento a disfrutar de ese acto depurativo que todo humano suele esconder al tiempo que leo. Ahora por ejemplo, he estado leyendo a Bukowsky. No imagino la cara que pondría al verme sentada leyendo uno de sus libros, seguramente no se excitaría. Pienso que con su espíritu ahogado en alcohol y en la mierda que es la vida, se tomaría unos minutos para reírse de mi, luego cerraría la puerta del baño, porque yo cago con la puerta del baño abierta por cierto, y diría –Cuidado Tania, no olvides el papel o te darán por el culo-.
Me gusta leer, no hay duda. Son esos momentos de intimidad con un completo desconocido que quizá este muerto o vivo en algún lugar del planeta que yo ni conozco. Leer es como el sexo, también se puede hacer casi en todas partes. En la calle, un lugar público en el que pocos se atreven a coger y cuando lo hacen es un poco por voyeurismo y por la aventura de ser descubiertos. Algo similar ocurre con la lectura al aire libre, cuando lo haces no sólo es para tomar el fresco mientras devoras algún texto, también es parte de una especie de afirmación del “yo lector" para mostrarle a los árboles, a los niños y a los papás de los niños que los parques son también territorio intelectual.
Cuando estudiaba la secundaria recuerdo haber encontrado entre los libros y pinturas abandonadas de mi tía Estrella, un libro que hasta ahora recuerdo con sentimiento y nostalgia. La historia interminable, decía la pasta gastada y decolorada del libro. Cuando lo abrí me capturó el titulo escrito en esas letras enormes y garigoleadas, entre medievales y barrocas que ya adelantaban la belleza de la obra. Lo leí por un rato en el cuarto donde mi tía guardaba cosas viejas; y antes de irnos recuerdo a mi tía mirandome con ojos coquetos y el libro en manos. Me lo regaló. Sin duda es uno de los mejores obsequios que me haya dado la misma vida a través de la tía Estre.
Al llegar a mi casa y por los días subsecuentes leí cada página del libro cada palabra y letra rojiverde que llenaba las páginas de aquel libro. Todo en esa gran historia me parecía tan conocido, como si estuviera escrito sólo para mi, para este espíritu frágil y tímido. Cuando lo terminé de leer lloré. Y hasta ahora el mismo final han tenido varios libros que sin querer se han apoderado de momentos a lo largo de la vida.
Ocurre también que dejo de leer de un momento a otro. Yo digo que mi manera de aprender es, en medio de todo lo caótica que pueda parecer, ordenada. Leo dos o tres semanas, leo de día de noche, de madrugada, en el baño, mientras cocino, incluso mientras le hago cariños a Carlos. Leo de aquí y de allá, tomo lo que me gusta y lo que no lo contemplo con curiosidad. Pero de pronto ocurre que sin previo aviso las letras ya no quieren decirme nada, enmudecen y por más que las leo no se animan a contarme nada; es en ese momento en el que me siento a dibujar el boceto de un cuadro que desde hace tiempo traigo en la mente, pero esta vez tengo nuevas ideas recién cortadas de los libros y textos leídos. Entonces guardo los libros o los dejo fuera de mi entorno y saco mis lápices, goma y hojas blancas; preparo los lienzos y me hago bolas con la regla de tres.
Me gusta leer, aunque aun no considero el habito de la lectura como uno de mis vicios; leo cuando me place, en la cama por las mañanas domingueras, en la hamaca después de comer o cuando Vania va al ballet, en la sala muy pocas veces, y en el baño. Últimamente he estado leyendo más en el baño que en ningún otro lugar. Tengo que decir que el baño de abajo me gusta mucho. Me siento a disfrutar de ese acto depurativo que todo humano suele esconder al tiempo que leo. Ahora por ejemplo, he estado leyendo a Bukowsky. No imagino la cara que pondría al verme sentada leyendo uno de sus libros, seguramente no se excitaría. Pienso que con su espíritu ahogado en alcohol y en la mierda que es la vida, se tomaría unos minutos para reírse de mi, luego cerraría la puerta del baño, porque yo cago con la puerta del baño abierta por cierto, y diría –Cuidado Tania, no olvides el papel o te darán por el culo-.
Me gusta leer, no hay duda. Son esos momentos de intimidad con un completo desconocido que quizá este muerto o vivo en algún lugar del planeta que yo ni conozco. Leer es como el sexo, también se puede hacer casi en todas partes. En la calle, un lugar público en el que pocos se atreven a coger y cuando lo hacen es un poco por voyeurismo y por la aventura de ser descubiertos. Algo similar ocurre con la lectura al aire libre, cuando lo haces no sólo es para tomar el fresco mientras devoras algún texto, también es parte de una especie de afirmación del “yo lector" para mostrarle a los árboles, a los niños y a los papás de los niños que los parques son también territorio intelectual.
Cuando estudiaba la secundaria recuerdo haber encontrado entre los libros y pinturas abandonadas de mi tía Estrella, un libro que hasta ahora recuerdo con sentimiento y nostalgia. La historia interminable, decía la pasta gastada y decolorada del libro. Cuando lo abrí me capturó el titulo escrito en esas letras enormes y garigoleadas, entre medievales y barrocas que ya adelantaban la belleza de la obra. Lo leí por un rato en el cuarto donde mi tía guardaba cosas viejas; y antes de irnos recuerdo a mi tía mirandome con ojos coquetos y el libro en manos. Me lo regaló. Sin duda es uno de los mejores obsequios que me haya dado la misma vida a través de la tía Estre.
Al llegar a mi casa y por los días subsecuentes leí cada página del libro cada palabra y letra rojiverde que llenaba las páginas de aquel libro. Todo en esa gran historia me parecía tan conocido, como si estuviera escrito sólo para mi, para este espíritu frágil y tímido. Cuando lo terminé de leer lloré. Y hasta ahora el mismo final han tenido varios libros que sin querer se han apoderado de momentos a lo largo de la vida.
Ocurre también que dejo de leer de un momento a otro. Yo digo que mi manera de aprender es, en medio de todo lo caótica que pueda parecer, ordenada. Leo dos o tres semanas, leo de día de noche, de madrugada, en el baño, mientras cocino, incluso mientras le hago cariños a Carlos. Leo de aquí y de allá, tomo lo que me gusta y lo que no lo contemplo con curiosidad. Pero de pronto ocurre que sin previo aviso las letras ya no quieren decirme nada, enmudecen y por más que las leo no se animan a contarme nada; es en ese momento en el que me siento a dibujar el boceto de un cuadro que desde hace tiempo traigo en la mente, pero esta vez tengo nuevas ideas recién cortadas de los libros y textos leídos. Entonces guardo los libros o los dejo fuera de mi entorno y saco mis lápices, goma y hojas blancas; preparo los lienzos y me hago bolas con la regla de tres.
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